Me decía a mi misma que dejarle tanto tiempo sólo era descorazonador. Me decía a mi misma que los gatos son independientes y que le gusta estar a sus cosas.
Pero en aquellos momentos en los que le veía mirar por la ventana, con los bigotes rozando el cristal y, una continua sombra de vaho allí donde descansada su nariz, me partían en dos. Al fin y al cabo, había vivido en la calle. (...)
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